Volver a irse
Va por el arcén de la carretera comarcal. Con fuerza, con brío, a ver si consigue gastar el eufemismo de «energía acumulada». Lleva un móvil en cada bolsillo, hoy puede enfundarlos, hace fresco y necesita una chaqueta ligera. Uno para las fotos; el otro para las comunicaciones, las de siempre o las de emergencia. O las que desearía. Saluda a la mujer del panadero, que hoy lleva intenso peinado estilo Cruella de Vil; también le dice hola, desde el coche, Marilú, quien ha dejado al perro ladrador cuidando de las vacas; otra mujer que no conoce pero que es de ahí le desea buen camino. Ella da las gracias, sigue y, tras dos pasos, se devuelve para responderle que también es de la zona, con ese acento, sí, pero es. Es. Porta con firmeza sus palos de aluminio y se adentra en los hilos de grava y tierra de los bosques. Pasa un coche, y otro. Y un tractor. Ya no levanta la cabeza para saludar, porque desconoce quién es amigo o no; prefiere camuflarse, ahora sí, de peregrina sin mochila. El rec...