Un poco de sustancia
Hay que leer, me insisto. Es una obligación para quienes conocen la diferencia entre hacerlo o no.
Esa diferencia se transforma en distancia insuperable cuando, además, se pretende escribir.
Funciona, veo la imagen unida a mi cabeza, como un enchufe. Palabras que entran, palabras que salen. En el camino, esa palabras dejan vitaminas: amplían pensamientos, los estiran, aportan; mueven sedimentos; liberan toxinas; modifican expectativas.
Pero también me he dicho que nadie tiene que leer. Ni estar obligado a hacerlo si no conoce «esa» diferencia, si no hay necesidades creadas.
A veces entro a cualquier peluquería. No importan los resultados. Este septiembre fui a una desconocida; mientras el chico cortaba, hablábamos un poco, lo educadamente viable en tal situación. Me preguntó a qué me dedico, contesté que estoy vinculada a los libros. Entonces, sin ningún tipo de vergüenza, con una tranquilidad que me dejó sin reacción, me dijo: «Nunca he leído un libro. Alguna vez lo intenté, pero tras dos páginas me dio sueño. No leo».
Durante esos días tuve la inquietud de si debía llevarle un libro, uno que considerase podría entretenerle, o que le ayudase a pasar del umbral, al menos. Pero no lo hice. Pensé que no era nadie para intentarlo, que quizá le molestaría que una desconocida intentara decirle que sería más culto o mejor persona si lee.
Así me he mantenido durante estos meses.
Hasta hoy. Desperté este 1º de enero pensando que no está bien dejar pasar. Amanecí como un misionero que ejerce sin ambages su «tarea» . De lo contrario, ¿por qué me lo dijo? Lo habitual es que haya dos posturas: el que lo cuenta con timidez y el que valida su decisión, con cierta rebeldía. Pero la realidad es la misma, no leen porque no saben, no pueden, no quieren o porque nadie les mostró que la lectura podría mejorar alguna posibilidad mental y emocional.
Es mi deber humano, estrictamente humano, y mi derecho sentimental contribuir a que un joven intente leer. No hay más. No importa que no me incumba. Basta de tonterías y de falsos entendimientos considerados con estos tiempos de azogue. Soy militante en, al menos, un asunto.
Entonces, pido y necesito un consejo. Voy a regalarle un libro a este chico de la peluquería. Dime cuál.
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