Paso cerrado

5 de octubre de 2022


La roca de hoy, inmóvil. Su peso presagia el llanto. Mientras las lágrimas aguardan en el tráfico de la mañana, hace todo lo que le dijeron que hay que hacer: levantarse, caminar hasta el aseo, lavarse.


Abre la nevera; mira la comida y también recuerda que está ahí para que intente, al menos, engullirla. El peso comienza a arrastrarla. Toma una pera y la mira. Sabe que debe quitarle la piel, quizá rebanarla y comerla. Lo hace. No la saborea, pero no pierde la ocasión de ingerir más cosas y, si puede, otro poco más.


Piensa en desorden y se obliga a hablar, felicitándose: «Aún no me ha aplastado, puede que no avance, pero no acaba conmigo». Y se acuerda de nuevo, siempre recuerda, que no han transcurrido sus primeros veinte minutos del día. «No cantes victoria», se dice ahora, muy bajo.


No puede, no quiere evitarlo. Llora otro poco. Entonces, como si el dinosaurio del relato más breve se interpusiera entre ella y la vida, le habla, le ruega que levante la cola, y la roca, transmutada en el bicho prehistórico, la mira, sonríe. El bronto le muestra una perfecta dentadura de gato de Cheshire.


Hoy es un dinosaurio, inmóvil, lo propio de su cualidad rocosa, pero sonriente. Sigue ahí, y ella no espera luchar. Cree que perdería, se perdería. Vuelve a la rutina. Le han dicho que es necesaria, que no se despiste. Que la siga como la única estela de ese cometa que escapa de su vista.


No sabe muy bien cómo ha ocurrido esto. Cómo la roca secular le traba su propia historia. Un día, cuando despertó, estaba. Y empezaron las lágrimas, la mirada vacía, los brazos sin ritmo, un arrastrarse, una obligación, unas ganas de no estar en ningún sitio…


A veces quiere engañar a la roca, como si no estuviera, como si, ignorándola, fingiendo que no siente, lograra abrirse un trecho y pasar. En otras, cambia de táctica. Hoy ha querido seguirle el juego, por eso la invita a moverse, pero es imposible. La diversión de esa piedra centenaria consiste en no cambiar su esencia de obstáculo grande, aunque mude su aspecto. Aun así, los días sin metamorfosis la roca también ríe.


Pero, ¿pasar a dónde?, se pregunta, ¡pasar a dónde! Si no hay paisaje, si no hay amenidad, ni juegos caníbales, hilos de sal y agua, ni las palabras dadas, ni las que estaban por darse; si no te veo, si te han llevado, si te has marchado, si te has olvidado. ¿Para qué pasar? Entonces, recuerdo, vuelvo a recordar.


De nuevo, resignada, la deja estar y enciende la radio, para que, entre voces ajenas, ruido de otros, risas de más brontosaurios, la roca se entretenga y esté a gusto, como un parásito. Un día su metamorfosis será en ameba, una del tamaño de la habitación, roca-ameba que también le mostrará esa sonrisa lustrosa que la paraliza desde estos días sin ti.


Los del programa dicen que lloverá. Para ella es igual. Las lágrimas la empaparon hoy. La roca está firme, en su sitio. Ella, en cambio, va cediendo, la va dejando, sabe que, cuando ruede, apenas tendrá una milésima de segundo para saltar.

Comentarios

Los más...

Un poco de sustancia

Lo que no está

«Qué profunda emoción»