Los parques de todas las vidas
23 de marzo de 2023
Una, seis, treinta y cinco, ochenta y dos palomas. Siete gorriones. Dos mirlos. Tres urracas graznan ¡y adiós!, se van los demás pájaros. Han dejado el alpiste porque las últimas, como un par de ´velocirraptors´, aquellos tan eficientes de Parque jurásico, se encargarán del resto de comida y, si se tercia, también de los gorriones que partieron nerviosísimos.
El viento, que empieza a enfriar, hace que de la nada un hombre mayor aparezca para prevenirme. «¿Qué haces, ¡alma de cántaro!, que te hielas y enfermas?». No nos conocemos, pero me lo dice con tal naturalidad, que contesto que me iré pronto, le haré caso. Es un gnomo del bosque o un abuelo alado, que es lo mismo, por supuesto.
Unas semanas antes, mientras grababa en el teléfono un fallido discurso amoroso, la voz cantarina de otro hombre se coló en la distancia y, al irse acercando, la canción, que era palabra hendida, sellaba la hora con los pasos ligeros de él sobre la arena del camino y sobre mis propias palabras, que ya no valían un céntimo. Enmudecí, agradecí que me confrontara a la vida. Cuando se hizo un punto pequeño en mi mirada lo vi volar con los loros; era uno de ellos. Óyelo, óyelo ahora, incluso tú, que no lo escuchaste, dejándome sin eco:
¿Y aquel otro que sintiéndome incómoda me dijo que no haría nada, que no me preocupara? Es verdad que tiene una soga en la mano, a la que retuerce, y grita y odia un poco, pero no debí haberme asustado. La policía montada también quiso saber: qué haces, qué te pasa, dónde están tus papeles y demás cosas. Cuando me levanté del banco, preguntó si volvería: «Debes saber que siempre estoy aquí, aunque no me veas». Está, salpicando con sus iras, él, que ya no tiene forma de regresar a la tierra en donde alguna vez estuvo cuerdo, antes de la patera, antes de esta ciudad a la fuerza. «Toma un chocolate, ojalá vueles bien». Le deseé paz. Cuando giré la cabeza ya no estaba.
«No me lleves, no me lleves», dice el niño a un padre joven y tenso que intenta sacarlo a rastras del área infantil. Los que se quedan derraman sus últimas energías de la tarde dando vueltas frenéticas que ojalá les cansen mucho para que esos padres consigan vivir sus historias durante las noches. Padres que se soñarán pájaros, seguramente. Con la caída de la luz se difuminan, también desaparecen. Sombras del futuro.
(Quisiera pedirle prestado a Cortázar el título de su relato para ponérselo a este escrito. Pero «La continuidad de los parques» no trata de estos parques con cielo que surcar, sino de otros paisajes laberínticos, despiadados, naturalmente humanos).
Mis parques de ahora son nuevos. Voy a ellos para mirar, leer, dar alpiste, como una jubilada joven o una trabajadora «con experiencia», desnortada a la fuerza. Llegan los hombres-pájaro y nos vamos, cada uno por su aire. Los parques juveniles eran los de las caminatas y el ejercicio, instrumentos de salud que moldeaban la voluntad y las pulsaciones. Los primeros, aquellos de la niña con rizos, eran a los que me llevaban para patear una pelota roja, en donde había animales, como el águila harpía, enorme y enrejada, a la que veía y me veía. Sombras del pasado.
Muy linda narración!!!
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias!
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