Consternación desleída

30 de abril de 2023

Hace días encontré en mi sumidero de noticias que una nutria del parque al que fui en otra vida sufría de soledad y malas condiciones. Parece que sus chillidos de queja se oían y causaban compasión a los viandantes. Contesté al tuitero: «Duele». Supe que fue rescatada y tal vez recibió mejor trato.

Poco después, una mujer escribió que durante su visita a la tumba de un familiar vio a un niño de nueve años que le pidió sábanas y comida. La madre lo había abandonado para emigrar a Colombia. Lo dejó solo, y él, con hambre, con lo que hizo falta para que un niño de nueve años decidiera huir de su abandono (soledad y malas condiciones), se marchó al cementerio. Ahí, al menos, habría gente que pudiera auxiliarle. Eso pensó, creo que con buen criterio, porque si alguien va al cementerio a llorar a sus muertos quizá disponga de alguna lágrima para los vivos. No contesté a la tuitera. No le dije «duele».

En esta tabla rasa en la que se ha transformado la vida occidental, la que mira a las pantallas también rasas, mi dolor (¡ay!) se manifestó en la nutria, no en el niño. Si ya había aplicado el rango sensible al animal, ¿qué quedaba para la persona? Ni para dos hermanos que, también abandonados, viven en la calle. El mayor, de diez, cuida al de seis; para conseguirlo vende lo que puede a la gente que pasa por la acera en la que duermen. Hay un gobierno, un país y «unos tuiteros» que permitimos que los niños vivan solos, sin educación, salud, en la mayor miseria, en ese país y en muchos otros. Y sí que escuece. Porque sigo acordándome de ellos cada día y no tanto de la nutria. 

Y melancolizo la vida sin que sirva para algo más que decirlo aquí. No tengo buenas noticias para mí misma porque el mundo no me parece mejor, no alcanzó los estándares personales ni colectivos que quise obtener si llegaba a este fragmento, a un número cronológico establecido por los sabios de nuestra cultura y que hoy sello de nuevo. Y que hoy pierdo de nuevo.

El siglo prometía y está cumpliendo. Ciencia y tecnología, logros humanos harán que algunos humanos vivan más, mejor y cómodos. La mayoría, si no accede con una educación específica y oportunidades que aprovechar para obtener recursos, se quedará atrás. Las brechas seguirán. Pero el siglo también está experimentando las consecuencias de los que lo precedieron: la guerra —otra vez— y una pandemia que nos mostró las vergüenzas. Cientos de miles de personas fallecidas y aún no ha habido una asimilación social, una disculpa que conmueva y remueva, luego introspección, luego aprendizaje, luego…

Lo vemos como espectadores y solo esperamos que transcurra. Ya terminará la guerra, ya pasó la pandemia, en cuanto cambie el gobierno de ese país los niños… Pero sigo sin hallar consuelo; las promesas mutan en mentiras; los milagros en desesperanza. (El escepticismo que antes me protegía ahora va carcomiéndome). Habrá avances acompañados de las noticias «desagradables» que veremos u omitiremos en todas nuestras pantallas, chips cerebrales, gafas de multirrealidad. Escogeremos qué será y qué no la ficción. Cambiaremos los principios. Cambiaremos los finales.

Yo un día escogí condolerme verbalmente de la nutria y esconder mis miserias ante los niños. Y estoy aquí, buscando un colofón, pero en esta sala minúscula e inhóspita alguien ha puesto una película, hay lío, barullo, grito. Muy útil para mí, para excusarme, para decir al lector que apareció por el sitio que no habrá un buen final en esta historia, ojalá que sí en la Historia.

Babylon es la película que hace ruido. Molesta, termino.  

Me hago mayor, debe ser esto.


Comentarios

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«Qué profunda emoción»