Lo que no está

Entras a la casa de tus tíos. Los saludas uno a uno: María, Pepe, Jesús, Lela. Acaricias el lomo de la gata rubia, que esta vez no puede mostrar su colección de presas. La barandilla de la escalera y unos tablones del pasillo indican que los pasos subsisten, hay huellas de calzado, de un trajín lento y espacioso. Vas a las habitaciones, vuelve a sorprenderte que en el salón estén dos camas donde duermen María y Manuela. Como María es invidente, lo tiene todo más cerca y a su hermana para ayudarla cada día. También ahí está el comedor de los invitados. Cuando hay fiesta, esas camas lucen las mantas bordadas con tigres y osos que el sobrino, el hijo de Ramón, trajo de África cuando hizo el servicio militar. El comedor vibra esos días. María sonríe mientras Lela y su cuñada y quizás alguna otra vecina del pueblo se afanan entre la cocina y la estancia para que no falte detalle. La comida viene del horno de leña: hay olores, colores, disfr...