Mil quinientas maneras de contártelo

15 de enero de 2023


Me pareció que en tiempos de crisis lo mejor sería centrarse. No volví a la clase de pilates, ni se me ocurrió practicar la meditación, ni acudir al psicólogo; escribir me estaba confrontando con vacíos no acostumbrados; los viajes no son alternativa; la comida no es precisamente una aliada (¡ya ni sabe!); la lectura invita a una abstracción, procesamiento y transformación que me distanciaba de la realidad. Lo demás, inane, ¿con qué objeto? 


A esta realidad quería tenerla al lado, como una llamada telefónica que esperas; como el ruido de los vecinos a los que, incluso, detecto en los murmullos; como la lista del mercado, el cajero automático o el clic de la lámpara; esa parte de la vida tendría que ser accesible, no pasara que, de alejarla, se perdiera para siempre. Por eso lo del puzle; lo de los puzles. Es un estar en guardia con disimulo; una meta boba, autoindulgente pero con finalidad. Un ojo en las piezas, otro atento a la ventana por donde entra el agua que te ahogará.


El que suponía más fácil, un paisaje otoñal de mil quinientos engranajes que en la caja invitan a pasearse por los colores y oquedades de árboles y arbustos… resultó una menuda trampa para incautos, como yo: trozos que destrozan. (El otro, el de ese cuadro que medievaliza la existencia, esperará un rato en su caja).


Me dije que la concentración es un tipo de terapia, por lo que asumí que con una semana, a cuatro horas diarias, o las que hicieran falta, tendría suficiente para centrarme y olvidar sin olvidar. Tanto sería el empecinamiento que, de conseguirlo, el paro, la Navidad, rutinas indeseadas, las redes, nuevos y antiguos silencios, soledades y las vidas de los otros pasarían inadvertidos.


Mil quinientas piezas de hojas y arbustos que volaban en mi cara, burlonas, tenían que funcionar. ¿Pero contaba acaso con que en lugar de concentrarme ocurriría lo contrario? ¿Y que la mirada fija en un lienzo sería un enemigo que me devolviese esos silencios? 


Una noche, la visita que humedece esa mirada se instaló nuevamente. ¡Se quedó tanto tiempo! Quería darle muchas vueltas a lo que no concernía al rompecabezas.  El lienzo me observó: se hizo espejo. Y sacó la lengua. Me enojé y permití que esas inocentadas —¡ponerse a armar un puzle!— que creía aptas y buenas para mí, para este momento tan errático, se perdieran. Así que durante diez días no me acerqué a ese marco hueco. Difícil en un piso de pocos metros. Ni de soslayo la mirada. Y, claro, la voz oscura apareció: «No lo conseguirás, ¿para qué ocupar espacio?, ¿qué tontería haces?». Pensé que era cierto, lo supe: para qué ocupar espacio.

 

Así que volví. Agregué ruido y otros elementos. Además de descubrir la utilidad de una mimosa (la del zumo y cava, por supuesto), sintonicé todas las emisoras que no conocía. Escuché sobre finanzas, astrología, cine, manga, todo el fútbol (sí, por radio), misterios y conspiraciones, chismes (qué pródigo ha sido enero), el entierro de Benedicto XVI; oí a conciencia y sin remordimiento funkyrave y reguetón (incluso, conseguí entender un par de letras, sin que llegara ninguna iluminación, eso sí), conocí la voz de Aitana y con sus mariposas sonsoneteadas me propuse poblar los árboles hasta la madrugada. El puzle se transformó en mi Kilimanjaro, no en el Everest, seamos modestos. 


Anoche lo terminé. Aún no sé si ha servido, pero hoy salí a dar un paseo largo por la ciudad, descubrí unas berenjenas fritas riquísimas y logré sentarme a mirar sin quejas ni rabia. También he podido tocar algún sentimiento con pregunta incluida sin herirme demasiado. No lo atribuyo a nada, la tregua se agradece, quizá solo sea el tiempo que pasa, la preciosa luz escurridiza abrazada por la transparencia de la niebla; tal vez solo se trate de mil quinientas razones que encontré para decírtelo, para decirte lo que tenía que construir y hoy, quizá mañana, volveré a desmenuzar. 


¿Seré la misma? ¿Quién lo es cada día? Solo he ocupado —en el sentido de una ocupación avasallante— tiempo y espacio que la voz oscura quería arrebatar, me he sentado ahora a escribir/te y no estoy sufriendo. 


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