Los pedazos
12 de marzo de 2023
La mujer que rompió en pedazos el Balloon Dog de Jeff Koons en la feria Art Wynwood de Miami sabía que no debía tocar la obra. Pero, según los testigos, lo hizo en varias ocasiones hasta que propició la caída. Veo la foto de los trozos de lo que fue un perro azul y aprecio que era un objeto delicado, de esos que deben tener advertencia, que, al parecer, se le dio.
¿Qué hace el victimario ante algo así? ¿Se avergüenza? ¿Pide perdón a los cuatro vientos? ¿Llora? ¿Huye o lo intenta?, ¿o se queda, explica, pregunta por las consecuencias?
¿Qué lleva a una persona, a un espectador o visitante a ignorar la delicadeza? Siempre me lo he preguntado, preocupándome por un probable futuro de daños y quejas, cuando veo a alguien que con su abultada mochila a la espalda no tiene reparo en rozar o golpear a las personas que van en un transporte público, o peor, cuando algunos pasan por lugares en los que deberíamos mantener distancia y consideración, por ejemplo, junto a las estanterías de un supermercado.
Hemos visto la escena: alguien rompe —casi siempre por desatender, por indiferencia o escasa previsión— una botella, un tarro de cristal, o varios. O tira una caja de espaguetis que quedan desperdigados por medio pasillo. ¿Y qué hace? Nada. La gente a la que he visto tras el hecho apenas mira a su alrededor, no es que finja o que «se haga el loco», es que de manera deliberada considera que es un imponderable, una situación que va con el riesgo de los apilamientos+cristal+gente («los astros», «la vida»).
Suelo cuestionar mi propia severidad en esta época de buenismos y termino pidiéndome cierta condescendencia. Pero ha ocurrido lo de esa pieza de Koons y me doy cuenta de que el pasotismo cómplice me incomoda, que aun cuando haya seguros para todo, al menos las personas, los que tocamos, derribamos, los que tocan o derriban tendríamos, tendrían que dar la cara, decir, sin que haga falta valentía: «Sí, lo he hecho», y que parezca que no se siente bien por su acto. No hace falta plañir, solo expresar una disposición anímica.
Ahora me marcho de esa feria de arte, del súper y del metro. ¿No es lo mismo con las relaciones? Si una persona te roza, te ve y, un día, un mal día para la víctima, en este caso para el sujeto, no el objeto, ofende, desprecia o abandona y en consecuencia te derriba y deja hecho añicos, ¿no parece evidente que debería comunicarlo? ¿Expresar que es consciente de haber generado un malestar, dando la cara y diciéndolo? ¿Y escuchar? ¿Y disculparse por las consecuencias sin que se atribuyan a los astros o a la vida en lugar de a sus propias decisiones? Al igual que con el tarro que ha arrojado, ¿se queda, explica, pregunta cómo lo resolverá su contraparte? ¿Y es mucho pedir que acompañe un rato asumiéndolo?
Es que a veces se debería saber que no hay que tocar lo delicado.
Si rompes la membrana del alma de quien has dicho querer, los pedazos se quedan dentro. Aunque no se vean, sus filamentos rasgan. Pueden ir perdiendo ángulo, sajar cada vez menos, hacerse canto rodado... claro, hará falta tiempo, pero, respecto de esa persona, fragmentados se quedan. Lo correcto sería recordar la mirada honesta de quien derribó, mientras explica, escucha y pronuncia cuantas veces haga falta un sincero «perdón». Lo perfecto es avisar a la persona que limpia los pasillos, al encargado de los espacios, y decirle que rompiste algo, que lo sabes. Entonces das tus razones, te compadeces, escuchas, te responsabilizas y quizá debas irte o prefieran dejarte ir.
He leído que un millonario quiere comprar los trozos del perro azul, no sé si para reconstruir la escultura o para guardarlos sin más y generar un nuevo valor artístico dentro de este tipo de arte festivo-ficcional. Bueno, que lo haga, el dinero puede con eso y más.
Ojalá también un millonario pudiera preservar los fragmentos de los corazones, que no son sino fragmentos descorazonados. Y, eso sí, devolverlos reconstruidos; para no tener que sentir dolor y rabia respecto de quienes van por la vida rompiéndolos, indolentes, incluso felices, practicando derribos sin mirar atrás. Dejando los pedazos.
No sé, a veces pareciera que algunas cosas están hechas para que alguien las rompa eventualmente.
ResponderEliminarQuizá, y es posible que sea otra forma de selección natural. Sin embargo, nunca sé dónde pueden guardarse, protegerse los dolores de esas cosas hechas para romperse eventualmente.
ResponderEliminarEn los anhelos. ¿En el recuerdo?
ResponderEliminarPuede ser. Y en el perdón.
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