La lupa

14 de mayo de 2023


Si tras la muerte de María Kodama se hubiera descubierto que murió sin testar, la humanidad habría quedado perdida. 

 

La viuda de hace unos días o la difunta de hoy lo entendió claramente desde el principio. Así que dispuso lo necesario para no hacer nada al respecto. Podía haberlo previsto décadas atrás, hace media centuria quizá, pero tomó la decisión desde que él quiso quedarse en Ginebra. 

 

Si el cuerpo estaba en una ciudad que amaba, una ciudad que lo mostraba libre, ¿por qué debía amordazar la obra? El legado más inalcanzable, las palabras que significaban y las que no, tan expuestas, interpretadas y vulneradas en pensamientos tuiteros que las equilibraban con mensajes de autoayuda de tarjetas Hallmark que a él hacían reír y llorar, y de las que fue nombrada heredera universal, custodia permanente, se quedarían a expensas de las mejores y peores decisiones. De ella, de ella no era nada.

 

Sin duda: la humanidad estaría perdida. 

 

María Kodama sonreía sutilmente mientras torcía un mechón de su cabello lacio. Era una sonrisa muy japonesa y una mirada muy argentina.

 

A esta hora, las seis de la tarde, otros miles de ojos argentinos están hurgando en los cajones de la habitación, entre la tierra de las plantas del jardín y en el horno de microondas, que él hubiera descrito, de haberlo conocido, como un mundo-Aleph, inconmensurable. Están extrañadísimos de no hallar cofres, baúles, cosas viejas, esas cosas que deberían haber gustado a María Kodama, que ya estaba muy vieja. Pero no encontrarán nada. Ella no se solazaba en los recuerdos más que para defender su veracidad. La subjetiva veracidad que se afanó en recrear. De eso vivió el resto de los días. Ni un solo documento nuevo, ni cartas, ni anotaciones recientes a las ya hechas, escritas, publicadas y declaradas infinitamente. No encontrarán papeles, ni confesiones de último minuto. «Dejémonos de eso» —dice uno— «ya sabes lo que hay que buscar». Pero igual miran. ¡Lo que valdría un cuento o poema inéditos! Y otros más, los de la intimidad. 

 

No hay testamento, no aparece. Búsqueda vana pero alternativas sobran. Así que en breve tendremos noticias que hablarán de su hallazgo. Que, pese a la ambigüedad de algunas cláusulas, se habrá encontrado un perfecto ejemplar que aclare cualquier duda:

 

La obra de él pertenecerá al patrimonio cultural de su país de origen. Será del pueblo y, para canalizar esa adquisición, los órganos del Gobierno del país han de beneficiarse de las palabras habidas y las que hayan de recrearse e interpreten, reinterpreten y modifiquen las primeras.

 

Ya está saliendo en las noticias.  La viuda ahora difunta hizo lo que debía. Si el cuerpo sin cuerpo pertenece a los suizos, la voz escrita y dictada será del pueblo, mejor, de la nación. La humanidad —representada por un gentilicio— no se perderá en el jardín de los senderos, ni los hombres furiosos con su destino recordarán la minuta de todos los días, ni Ariadna tendrá que cubrirse los oídos cuando Teseo le dé la noticia. 

 

La «maldita china» esta vez no se saldría con la suya. 

 

Pero María Kodama siempre lo ha hecho y sé que nos ha preparado una sorpresa (su padre le recordaba que ejerciera más de japonesa que de argentina). Y es que conociendo a la humanidad pensó que lo mejor es extraviarla. Por eso, hay un plan «B» y un «C». Y, desde luego, todos, todos, cuando se descubra la verdad, esa de que no hay un testamento, seremos objeto de la sonrisa. 

 

Cinco sobrinos, cinco ya, son los primeros en apuntarse. Eso también lo había previsto.

 

Estaré atenta a las noticias.

 

(«Mirá que no haberle dado el Nobel». Diario digital de María Kodama, todavía oculto en el móvil que guardaba en el estuche de la lupa).

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