Las fresas de la vida
7 de mayo de 2023
Va una vez al año a comprar fresas en Aranjuez. Cada penúltimo fin de semana de abril se dirige al mercado y se lleva una caja de la primera cosecha. Pero en el Cercanías empieza a preocuparse. Una joven con una diadema de pinchos metálicos, pelo azul y falda de cuero es objeto de burlas por parte de un grupo de adolescentes. Se mira. Pesa noventa y cinco kilos. Las carnes rebosan y piensa que, al volver, la encontrarán ridícula con su caja de fresas. Ve la bandada de aves, el Tajo que la acerca al destino y se olvida.
Ya en el Parque del Príncipe se sienta frente a las orillas del río. El Curiosity saldrá en unos minutos para recorrerlo; los mayores y turistas que han pagado por el viaje y enseñaron su billete al hombre que quiere que aborden cuanto antes dicen adiós. Mueven las manos; ella no sabe por qué. Nadie se lo pide y, además, parecen forzados, condescendientes en una amabilidad que a todos es irrelevante. Pero cree que alguien debería respetar las formas y devolver el saludo. Cede ante sí misma. Lo hace.
Hay una competición de kajacs, huele la fruta y come un par de piezas. Se da cuenta de que dos chicos la miran y piensa que tal vez la observaron entrecerrar los ojos para apreciar mejor el sabor. Se habrán reído…
Aunque esté cómoda, se expulsa del momento y comienza a adentrarse en el parque. Intenta cordializar con los gansos y les arroja una fresa, pero ni se acercan. Se marcha hacia el estanque chinesco y gira hacia un punto en donde solo oye a los pájaros. Ahí podrá comer a gusto. Vuelve a sentarse. Entre el verde intensísimo del bosque, la aparición la deja suspendida. Una novia se aproxima y, hablando por el móvil, se sienta en el banco de enfrente. Levanta la cola del traje, pone sus piernas en posición yoga y casi pierde la belleza. Le cuenta a su interlocutor que la sesión de fotos va bien.
La chica de las fresas piensa que tal vez se trate de una pista, un hilo para su vida. O que está frente a la justificación de su día. Se dirige a la novia y le ofrece lo que queda de su caja, casi todas las piezas.
—¿Por qué? —pregunta aquella algo desconfiada, más bien arisca.
—Porque eres un sueño. Una novia es un sueño.
Pero bien sabe que no es así. Ella es una que también fue y ahora no sabe qué llegó a ser ni qué ha de hacer. Se pierde. Se marcha.
En el regreso hasta Atocha vio otra bandada de aves y un camino de abedules repletos de mariposas plateadas que le decían adiós.
Piensa que es mejor no buscar señales ni respuestas. Ahora va sin sus fresas y tampoco están los adolescentes que no habrían reparado en ella. Nada ha ocurrido. Nada le ha ocurrido. Solo es testigo de los otros y de las expectativas ajenas. Para qué intentar hallar las verdades de la vida cuando esta es y transcurre, sin más, sin misterios: simple.
Los petirrojos del bosque llevan un buen rato picoteando las fresas.
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