El atrevimiento, una aproximación
Se quedó hasta el final. Miró a su alrededor y, cuando iba a marcharse, un autor caribeño muy conocido se acercó y le saludó respetuosamente. Hablaron unos segundos y entonces sí, se marchó.
La mujer se había quedado mirándolos y llegó a pensar si debía aproximarse y saludarle de nuevo. Si fuera más indiferente a las consecuencias de sus acciones y entendiera que sus omisiones son las que le devastan hasta le hubiera preguntado si quería tomarse algo, ahí mismo, en el parque. Le sorprendió verlo tan solo, ¡él! Ya antes le había firmado un libro y se atrevió a pedirle opinión sobre cuál era el mejor título para empezar a leer a Fred Vargas, último Premio Princesa de Asturias, autora sobre la que él había manifestado pública admiración.
La mujer sintió que este sabio le hablaba responsablemente, que se había tomado su pregunta con seriedad. Le indicó dos títulos y le dijo que empezara por ahí. Que Vargas no gustaba a todos, le advirtió, pero que no importaba eso, finalmente. Ese «finalmente» hizo que ella pensara que había valido la pena atreverse. Un adverbio era la diferencia que esperaba encontrar en el escritor.
Más de un par de décadas atrás fue a escucharlo en su Universidad del mismo Caribe que comparte con ese otro escritor cuyo saludo presenció. No había sillas libres y tuvo que sentarse en un rincón del suelo. Para eso se es joven alguna vez, para eso se está en la Universidad. Ella no recuerda ahora de qué versaba esa conferencia, pero sí el rocío de emociones que le produjo la cabalidad del discurso, la sonrisa visual de quien está a gusto con el que opina, debate, ejerce el humor y la fascinación de hallarse con una juventud poco acostumbrada al intercambio, a un acento que no es el suyo, pero del que derivan todos.
El escritor se fue por el sendero que une la Feria con alguna de las salidas. Ese túnel de árboles proporcionó sombra a la figura con jipijapa que anudó sus manos tras la espalda.
La mujer sigue ubicándolo cada vez que asiste a la Feria. Al menos lo otea, sabe que está y se siente segura. Dentro de unos días hará lo mismo. Quizá, esta vez se atreva a preguntar más y mejor. Y él acepte, mientras siguen por ese camino sombreado, la interferencia de una extraña que le conoce de siempre y le invita a un helado de pasos lentos.
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