Chéjov japonés
Me acerqué a Drive My Car pensando que tendría tres horas para ver una delicada película japonesa. Empleo el término «delicada» porque ciertas manifestaciones artísticas de Japón suelen producir en mí un efecto capa, como la nieve que se posa sobre otra fina lámina y luego va asentándose sin estridencias. O no. Porque la experiencia podría haber fracasado. Tengo la percepción de no hallar aporte, riqueza, arrobamiento, momentos preciosos en el cine de hoy. Me aburro. ¡Ahora solo pido que al menos el guion no se centre en forzar reivindicaciones políticamente correctas! Me aburro, sí. Con Drive My Car volví a prestar atención. Literatura y teatro prevalecen independientemente del código empleado. Da igual si en la misma escena un actor habla coreano, otro taiwanés y otro lenguaje de signos, el arte teatral consigue que los actores vibren y el cinematográfico que desnude a los casi muertos por el dolor, la omisión y la culpa. El teatro...